“Actúa antes de pensar – tus instintos son más honestos que tus pensamientos.”
Sanford Meisner
Vivimos en una sociedad terapéutica: intentamos solucionar o evitar los problemas lo
más rápido posible. Nos lavamos las manos para continuar viviendo de la mejor
manera posible. Somos cómodos e intentamos hacernos la vida lo más sencilla posible.
Y es normal. Muy normal: a todos nos encanta vivir bien.
Pero al dar de lado a esos problemas, al apartarlos, estamos desechando la esencia
misma de la vida (y también de las artes dramáticas que no son sino la expresión de la
vida misma). Esta esencia es, ni más ni menos, que el conflicto. Y son los conflictos los
que hacen avanzar una trama, los que nos hacen vibrar y llorar o reír con la escena de
una peli o al leer una novela. Los conflictos son los primeros y también los últimos
causantes de que existan el teatro, el cine, la literatura y también el rol en vivo.
Como explicaba anteriormente, vivimos en una sociedad terapéutica que intenta que
no proliferen (o que, por lo menos, intenta empequeñecerlos). Por eso mismo no
conocemos realmente muchos de los procesos que se mueven en nuestro fuero
interno cuando nos encontramos con una situación difícil. Cuando nos enfrentamos a
un problema enorme o simplemente nos quedamos sin saber qué hacer cuando un
sentimiento nos descuadra por completo o cuando dispara nuestro estado emocional
hasta las nubes y actuamos de maneras insospechadas.
No conocemos esos procesos emocionales porque, simplemente, los vivimos menos o
nuestro ritmo de vida es tan rápido que no nos paramos a escucharlos, a sentirlos de
verdad.
Ahora sí. Ahora vamos a pararnos a reflexionar un poco. Piensa: ¿cuáles han sido los
peores y mejores momentos de tu vida? ¿Cuáles atesoras? ¿Cuáles recuerdas mejor?
Podríamos decir, casi con total certeza, que en la mayoría de ellos hay un componente
sentimental enorme: ya sea de felicidad, tristeza, odio, deseo o incluso asco… entre
otros muchos.
Son esos momentos los que recordamos con más nitidez porque son (lo queramos o
no y hayamos aprendido de ellos o no) los que más nos han marcado. Y los que más
nos seguirán marcando. Todo lo demás… es secundario. Incluso accesorio.
Como jugadores de rol en vivo, en muchas ocasiones tendemos a ir directamente a
cumplir objetivos como si estuviéramos en una gymkhana. Con ello no quiero decir
que haya que obviar los objetivos. ¡Ni mucho menos! Los objetivos son una parte
esencial de la construcción del personaje y determinan la mayor parte de lo que vamos
a realizar y sobre todo, el cómo lo vamos a realizar. Hay que ser conscientes de que
éstos son un motor fundamental de sus acciones y reacciones. Pero al menos desde un
punto de vista emocional, muchas veces nos llevan a obviar situaciones o momentos
que, de otra manera, nos harían disfrutar mucho más. ¿Y por qué? Porque somos
prácticos y vamos a lo rápido y eficiente (no por nada vivimos en la sociedad
utilitarista que vivimos). Es decir, vamos al resultado inmediato. Y por inercia, no
prestamos atención a lo que hay justo en el medio: el camino, ese extenso trecho
desde que comenzamos hasta que terminamos y que es el que realmente nos llena de
experiencia. En resumen y por nuestros trabajos y la mentalidad cívica en la que
hemos nacido, muchos de nosotros hemos dejado de lado esas vivencias (lo
emocional) para ir de lleno a lo mejor y a lo más rápido, hasta el final (es decir,
pensando con practicidad).
¿Y acaso no vamos a roles en vivo para ponernos en la piel de otros personajes? ¿Para
evadirnos de la realidad? ¿Para vivir experiencias que, de otra manera, no podríamos
experimentar jamás? Por eso mismo es muy revelador empezar a disfrutar del camino,
claro. Con todo lo que ello implica: escuchar y reaccionar a los que otros nos
proponen, dar y recibir. Vivir el momento, vamos. Y sentir. Sobre todo sentir. Abrirnos
y experimentar.
Dice Punset que “La felicidad se encuentra en la antesala de la felicidad.” o lo que es lo
mismo: “Volando voy, volando vengo, por el camino yo me entretengo”. Porque, en el
fondo, es el camino y no la meta lo que resulta realmente interesante de vivir. Lo que
realmente nos toca la fibra sensible, lo que nos emociona. Lo que realmente es el rol
en vivo.
Escrito por Pablo Ibáñez Durán.
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